domingo, 18 de octubre de 2009

Bajo la encina



Un padre y su hijo deberían estar en la misma sepultura, dijiste, así los frutos tendrían gusto a muerte.
Los fantasmas en vela, alterados de voces, planearon indecisos. Desconcertados. Viuda de negritud, la encina renacía de la niebla. Brillaban sus brazos abiertos sobre un atardecer enlutado.
Dijiste, que el pintor ciego de nubes, enredado en las piedras de la noche, dibujaría una mirada de ojos opacos. Que su boca feroz mordería el vientre desgarrado de historias y hablaría de su desolación infinita. Que el soplo del tiempo que arrastraba su semilla de abandono, emprendería el regreso.
Los gigantes de nácar guiaran tu sueño, dijiste. Y una multitud de cristos llorará sobre tu pecho dormido. Y arderá la noche acunada por cantos de sirena. Y volverá el pintor ciego a desandar el sepia.
Cuando reposen los muertos cansados de sueños bajo los olmos, dijiste, crujirán los tréboles ante el fuego rapaz del destino. Y el futuro regresará una y otra vez a despertar al pasado. Dijiste, que danzarán luces sobre las tumbas. Que se alzarán destellos de polvo. Que los frutos tendrán gusto a muerte. Y dijiste, que al fin podrán bajo la encina, resucitar los huesos del hijo.

Soledad

Soledad
CRUZAGRAMAS: un grupo de escritores en busca de alternativas
Abrir la puerta de mi casa es todo un desafío. Mi casa y mi corazón. Y no es necesario usar llaves. En este pequeño lugar del universo no son necesarias porque aquí está todo a flor de piel: olores, sabores, murmullos, gritos y silencios. Luces y sombras de ciudades y desiertos. La vida, el amor y la muerte. Y las palabras como hilo conductor. Sólo las usaremos para abrir, si fuera preciso, diminutos cofres de confidencias, sueños y locuras varias compartidas con todos ustedes.
Bienvenidos a casa!
Cris.